En la orilla Este encontramos Pest, la zona con más movimiento de la capital. En este lado y a solo unos pasos del Danubio, se alza el imponente Parlamento húngaro y a sus pies, el Puente de las Cadenas, que une ambas orillas. Otros puntos destacables de Budapest son la sinagoga y el Mercado Central. El mercado es el lugar perfecto para llevarte un buen recuerdo de la ciudad como los famosos bordados artesanales. Yo me llevé varios frascos de crema Helia-D que contiene ensimas de tallo de girasol y que como oí, es el secreto de belleza mejor guardado de las mujeres húngaras ; )

Es imprescindible pasear por la avenida Andrássy que conecta la zona comercial con la simbólica Plaza de los Héroes. Había leído que Andrássy es una de las calles más bonitas de Europa. Yo sigo pensando que las ramas de sus árboles necesitan jardineros y que las fachadas de sus mansiones una buena restauración. 

En la ciudad hay un inmenso parque famoso por el complejo de baños termales Széchenyi. Budapest es muy barato y puedes pasar un día en uno de estos balnearios por unos 2000HUF (florines húngaros) que vienen a ser unos 7 euros. Desde luego es una actividad, que si tienes tiempo, merece la pena ya que Budapest alberga un total de 80 manantiales geotérmicos y el mayor sistema de cuevas de aguas termales del mundo. 

Pero si algo consiguió sorprendernos fue el conjunto histórico medieval que encuentras en medio del parque. Palacios convertidos en museos, torres de un barroco muy similar al de Praga y un recinto amurallado de película. 

 Mis rarezas culinarias me impidieron probar el goulash, un famoso estofado de ternera con un ingrediente estrella: la paprika. En fin, debo aprender que con los sabores también se viaja.